sábado, 6 de julio de 2013

Las brujas de Cenizate (1968) por Orlando Pelayo



Pelayo, Las brujas de Cenizate (1968).
El pintor Orlando Pelayo (Gijón, 1920 – Oviedo, 1990) nació en Asturias pero pasó los años de su infancia y adolescencia en Badajoz y Albacete. Durante la Guerra Civil, se incorporó a las fuerzas republicanas en 1938 y, al año siguiente, se exilió en Orán (Argelia), donde inició su carrera como pintor y trabó amistad con Albert Camus, André Gide, Jean Grenier, etc.

En 1947 se instaló en París y allí se integró en la vida artística de la ciudad con otros pintores españoles pertenecientes a la “Escuela de París”: Óscar Domínguez, Francisco Bores, Antoni Clavé, etc. En 1967 y 1968 realiza sus primeras visitas a España después del exilio. Con los años, repartió su tiempo entre su residencia parisina y su estancia veraniega en tierras asturianas.

Pelayo por Henri Cartier-Bresson, 1979.
Su obra se exhibió en exposiciones y se conserva en museos por todo el mundo, siendo objeto de numerosas publicaciones. Entre otros, han escrito sobre Orlando Pelayo los poetas José Hierro, Ángel González, Victoriano Cremer, Ramón de Garciasol, el articulista Juan Cueto Alas, etc. Aparte de su labor como pintor, cultivó también dibujo, mural, tapiz, escultura y, especialmente, grabado.

Pelayo, Paisaje español, 1959.
La relación de Orlando Pelayo con Albacete se ha manifestado en múltiples ocasiones: en 1985 se exhibió una muestra monográfica del pintor en el Museo de Albacete, fue miembro de honor del Instituto de Estudios Albacetenses, que en 1985 le distinguió con la Medalla de Plata de la institución, en el Museo de Albacete se conserva una donación de unas 30 obras del artista, etc.

Sin embargo, hubo una vinculación más íntima de Orlando Pelayo con Albacete: los años vividos en la provincia y en Alcalá del Júcar, pueblo natal de su padre. El mismo pintor reconocía esta decisiva influencia con las siguientes palabras:  “Si uno de los sueños del hombre – y sobre todo del artista – es el poder regresar al paraíso perdido de la infancia, habrá que convenir que el artista exiliado lo es doblemente, pues lo está de su infancia y del escenario físico donde ésta transcurrió: su tierra” . [1]

Pelayo, Les sous maîtresses d'Albacete, 1970.
El estilo de Pelayo evolucionó desde la pintura figurativa de acentuado expresionismo hacia la abstracción neofigurativa posterior. Dentro de esta evolución, nos interesa destacar dos etapas con abundantes ejemplos de pinturas relacionadas con Albacete. En la primera de ellas, entre los años 1959 y 1962, apareció la serie “Cartografías de la ausencia”, que supone un evocación nostálgica de las tierras españolas en las que vivió, destacando obras como “Paisaje español” (1958), “Itinerario del Júcar” (1959), “Alcalá en la nostalgia” (1960), “Recuerdo de la Mancha” (1961), “Alcalá, siempre” (1962), etc.

Pelayo, Saludadora de Jorquera, 1975.
En la segunda de estas etapas, desde 1962, la  serie “Retratos apócrifos” se centró en la historia y la cultura clásica española con protagonismo de fantasmales e inquietantes criaturas. Destacan en esta etapa obras como “Las brujas de Cenizate” (1968), “Les sous maîtresses de d’Albacete” (1970), “Saludadora de Jorquera” (1975), “La abadesa de Tarazona” (1975), “Leyenda de Balazote” (1977), etc.

“Las brujas de Cenizate” es un lienzo de 100 x 100, realizado en 1968 y conservado en colección particular. Se reproduce en la página 117 del estudio-catálogo sobre “Pelayo” publicado por Vicente Aguilera Cerni en Ediciones Júcar, 1980. 

Pelayo, Leyenda de Balazote, 1977.
Cabe encuadrar “Las brujas de Cenizate” en la serie  de “Retratos apócrifos” iniciada en 1962. La cronología sitúa esta obra en los años de las primeras visitas a España del pintor Pelayo después del exilio. Por su estilo y temática el cuadro “Las brujas de Cenizate” está emparentado con obras de los años 1967-70 como “Pudo ocurrir así”, “Y luego nos dejáis”, “El metafísico”, “¿Qué esperan?”, etc. Se trata de una serie de pinturas que podríamos adscribir al expresionismo figurativo de su creación, con resonancias goyescas y del claroscurismo de la pintura barroca española.

Sobre los personajes retratados en esta serie, en la inauguración de una exposición de 1969, Pelayo declaraba: “No he representado personajes determinados, sino que he pintado retratos como vistos a la luz de un relámpago. No son arquetipos, sino la sintetización de la España mítica a través de mí mismo”. [2]

Pelayo, La abadesa de Tarazona, 1974.
En otra ocasión, en 1977, aludiendo a los fantasmas particulares de su mundo pictórico, Pelayo señalaba: “Estoy habitado por un mundo de fantasmas. Los fantasmas que en visto en La Mancha. Había gentes que se disfrazaban, para asustar, con fines oscuros, y que se aparecían por las noches cerca de ciertas casas apartadas, reforzando las creencias en estas tierras primitivas. Desde siempre, forman parte de mi mitología obsesiva y se han convertido en materia artística”.  [3]

En un catálogo de una exposición de Pelayo de 1978, el crítico de arte Gérard Xuriguera se refiere a estos retratos del pintor en los siguientes términos: “Verdugos, infantas, abadesas, brujas, curanderos… articulan este fresco doloroso y nostálgico”. [4]

Las brujas de Cenizate del cuadro pintado en 1968 por Orlando Pelayo pertenecen a esta serie de personajes de la mitología personal del autor y, sin duda, estas figuras están enraizadas en los recuerdos infantiles de su infancia y juventud albaceteña.
                                                                                                                                                            


[1] Catálogo de la exposición de Orlando Pelayo en el museo de Albacete, 1983, p. 2. 
[2] Citado por Vicente Aguilera Cerni, “Pelayo”, Ediciones Júcar, 1980, p.  212.
[3] Citado por Vicente Aguilera Cerni, op. cit., p.  98.
[4] Citado por Vicente Aguilera Cerni, op. cit., p.  274.